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Los gobiernos argentinos han devaluado la moneda durante décadas.
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En las economías inflacionarias la gente deja de ahorrar y decide gastar.
Hernán González es columnista de CriptoNoticias, puedes ver todas sus publicaciones ver todas sus publicaciones aquí.
En un cajón en mi casa, todavía tengo guardados algunos billetes argentinos antiguos que me regaló mi abuelo hace más de una década. Y, a mi parecer, son la prueba fehaciente de cómo hemos destruido nuestro poder adquisitivo, a punto tal de que cada uno de esos billetes tienen distintos nombres: pesos moneda nacional, pesos ley, australes, pesos argentinos, etc.
Argentina no sólo no pudo mantener el valor de sus monedas, sino que las fue haciendo desaparecer en todos los sentidos: eligiendo nuevos nombres, cambiando radicalmente los diseños de sus billetes y monedas y, obviamente, quitándole ceros indiscriminadamente a su capacidad de compra, pero sumándoselos a las denominaciones de los mismos.
Mismas prácticas, mismos resultados
El peso argentino, tal como lo conocemos desde el año 1992, es simplemente una etapa del fracaso monetario que hemos tenido como país.
La secuencia de la destrucción de las monedas es bastante simple:
- Los gobiernos generan déficit fiscal, ocasionado por gastos mayores a sus ingresos (derivados del cobro de tributos, tarifas aduaneras, venta de activos o donaciones). Los motivos: alto porcentaje de subsidios, obras públicas, gran cantidad de asalariados trabajando en el sector público, mala administración y/o fraude.
- Para cubrir ese déficit, aumentan la presión tributaria (sin tener en cuenta la Curva de Laffer), emiten dinero, se endeudan o incluso todo ello junto.
- Se destruye el poder adquisitivo de la moneda por el exceso de oferta de dinero en la economía.
- Los salarios no aumentan en concordancia con los precios, lo que ocasiona altos costos laborales para empleadores, ocasionando una profundización del desempleo y la pobreza.
- Comienza el “plan parche”, basado en un conjunto de medidas temporales que no contemplan reducir el gasto público (el problema de base), y que a su vez empeora la situación a largo plazo.
Me resulta preocupante cuando se piensa que la estabilidad en el nivel de consumo de bienes y servicios a lo largo del tiempo es sinónimo de prosperidad. Ya sabemos que el consumo no genera riqueza per se, sino la producción a través de la inversión. Antes de consumir, primero hay que generar, y parece ser que muchos políticos no lo entienden. O, mejor dicho, hacen la vista gorda.
Hace un tiempo tuve la posibilidad de intercambiar unos tweets con Peter McCormack, el podcaster británico que estuvo filmando recientemente parte de su documental sobre Bitcoin y el dinero en Argentina.
En sus comentarios, se asombraba de cómo la gente, tanto en Venezuela como en Argentina, consumía masivamente productos y servicios que quizás no eran de primera necesidad.
Las personas están inundadas de pesos en Argentina. Sobran los motivos para gastarlos y desprenderse rápidamente de ellos antes de que todo siga aumentando de precio.
Eso es lo que sucede en las economías altamente inflacionarias. La gente deja de ahorrar y decide gastar. También sus expectativas de logros financieros son cada vez más bajas y alcanzar, por ejemplo, la vivienda propia, se torna algo casi utópico para muchos.

Todo esto lo mencionamos, por ejemplo, cuando invitamos a nuevos speakers desde el staff de LABITCONF, el evento sobre Bitcoin más antiguo del mundo, para motivarlos a vivenciar el día a día aquí. Muchos potenciales invitados saben muy bien qué es la inflación, qué la genera y sus consecuencias, pero a lo mejor viven en Europa occidental, EEUU o Canadá y no tienen idea lo que es el “dólar Coldplay” o el “dólar Frank Sinatra”. No conocen de primera mano el no poder armar el listado de precios en un negocio.
De crisis en crisis
Nos hemos anestesiado viviendo en constante situación de emergencia, motivo por el cual nació el “Impuesto a los réditos” durante la denominada Década Infame en 1932, que al día de hoy conocemos como Impuesto a las Ganancias. Ya a mis 3 años de edad, un presidente se estaba escapando en helicóptero desde la Casa Rosada debido a la grave situación política, económica y social que se vivía en aquel momento. No conozco otra situación que no sea “crisis”.
Argentina no le prestó atención a Bitcoin cuando realmente lo ameritaba, aunque todavía está a tiempo. Bitcoin nace en un momento en el que el mundo estaba en crisis. Casualmente Argentina también lo estaba, y no particularmente por las subprime, sino por un conflicto del gobierno nacional con el sector agropecuario.
Recuerdo también cuando Santiago Siri propuso en su carta abierta al gobierno y al Banco Central en 2014 que colocaran el 1% de las reservas en BTC. El gobierno claramente desestimó su consejo, perdiéndonos de estar hoy en una situación un poco más favorable.
Argentina sigue discutiendo problemas que el mundo ha resuelto hace más de un siglo y sistemáticamente “se tapó los oídos” cada vez que llegaron propuestas superadoras.
Sin más hilo en el carrete
Si el peso argentino no sirve más como moneda, deberíamos pensar en rescatarla (lo cual es complejo) o desecharla. Si la desechamos, debemos adoptar otra. La pregunta del millón es: ¿cuál? Surgen dos caminos: adoptar monedas que ya existen o crear nuevas.
¿Pero de tipo fiat o criptomoneda? ¿Centralizada o descentralizada? En verdad podríamos elegir cualquier modelo, pero creo que en este momento Argentina no está en condiciones de discutir la adopción de una moneda descentralizada, porque es otra la prioridad: reducir (como sea) la inflación.
Ahora bien, la instauración de una criptomoneda que pueda emitirse infinitamente resultaría en exactamente lo mismo que una moneda fiat: un modelo centralizado donde hay alguien (persona o institución) detrás que controla la oferta monetaria a su gusto. Todo esto sin contar que tenderíamos fuertemente a la desaparición del dinero en efectivo (que, por cierto, en naciones como Suecia ya tiene fecha de vencimiento).
Pero, a su vez, sabemos bien que una parte de la economía no registrada o “barrani” de un país como Argentina depende todavía en buena parte del papel moneda, lo que le imposibilitaría desarrollar su actividad a menos que se bancarice o adopte algún medio de pago digital.
Alternativas propuestas
El peso argentino ha alcanzado la fase más avanzada de “shitcoin fiat” que conozcamos, por lo que hay que buscar alternativas.
¿Es realmente la solución definitiva la dolarización, como se propone actualmente?
¿Es necesario “dinamitar el Banco Central” como propone Javier Milei para volver a ser potencia?
¿Será útil la implementación de una libre competencia de monedas?
¿O directamente conviene aplicar el modelo de El Salvador, con dos monedas de curso legal para que la población elija qué usar?
Hay muchas maneras de estar un poco mejor. Simplemente me gustaría convivir (en algún momento de mi vida), con una moneda mínimamente estable, que me permita acceder más o menos a los mismos bienes y servicios de acá a 1 año, para luego, recién a partir de allí, poder pensar un país enserio.
Me he cansado de encender la televisión y ver a un notero ingresar a un negocio de barrio para preguntarle a su dueño los precios de sus productos y qué tan mal la está pasando.
Espero que todo esto no sea mucho pedir.